En el silencio de mi cojín,
encuentro la luz de la compasión,
no como un escape de la vida,
sino como un medio para entender.
Así enseñó el Buda la verdad,
que el sufrimiento es parte de vivir.
Nadie es el dueño del dolor,
la autocompasión en realidad,
es nuestra naturaleza búdica
infinita y sin tiempo.
Nos sentamos en Zazen con fervor,
en la postura correcta,
en busca de nada, sin preguntar nada.
Solo hay la quietud de la mente,
donde todo se revela tal y como es.
Inmóvil acepto mi propia imperfección,
y que solo hay un poco de vacuidad.
Siguiendo el camino del Zen,
aprendo a mirar con claridad,
a unirme con todos los seres,
y ayudarlos sin interés
en la búsqueda de su liberación final.
Porque la autocompasión es un medio,
no un fin en sí mismo,
y el verdadero camino hacia la liberación,
es la aceptación de nuestra propia humanidad.