Con frecuencia me preguntan si está bien usar drogas como parte de la espiritualidad budista. Mi respuesta es un rotundo y poderoso NO.

Es preocupante ver cómo el uso de drogas se ha vuelto cada vez más común en la búsqueda de experiencias espirituales, y cómo algunas personas que se autoproclaman espirituales las consumen regularmente. No están en búsqueda de la iluminación o de ser mejores personas para la vida, sino de mantener una adicción.

Si bien es cierto que algunas tradiciones chamanísticas han utilizado drogas con el pretexto de la espiritualidad, en el Budismo Zen, debemos recordar uno de nuestros preceptos fundamentales: Evito intoxicar la mente. Este precepto cobra especial relevancia en nuestra práctica Zen, ya que nuestro objeto de atención y contemplación es la realidad misma.

Para poder mirar la vida tal como es, sin distorsiones ni autoengaños, necesitamos una mente clara y libre de intoxicantes. Las drogas pueden abrir puertas momentáneas, pero también pueden nublar nuestra comprensión y nuestra capacidad de ver la realidad con claridad.

Aún peor es el hecho de que la mente intoxicada produce una versión retorcida de cómo funciona el universo. Un alucinógeno jamás dará la experiencia de luz que trae Shikantaza.

Un practicante de Zen puede mantener el estado de calma sin necesidad de ningún factor externo que no sea la disciplina que Shakyamuni nos dejó.

Usar drogas para la espiritualidad es como querer tomar un helicóptero para llegar a la cima de una montaña. El paseante puede llegar hasta allá sin esfuerzo alguno y tener la fantasía de que lo logró. Pero un montañista de verdad se construye como una mejor persona con base en el entrenamiento, en su constancia, así como en empujar sus límites.

Un paseante perezoso nunca tendrá la experiencia ni la fuerza que un montañista cultivará con el paso de los años.

El budismo no nos pide subir al helicóptero. Nos pide convertirnos en montañistas y escaladores, un día a la vez.

Todas esas experiencias artificiales que dan las drogas o el alcohol, para un practicante serio son obstáculos para vivir la naturaleza búdica que es legítima para todos los seres vivos.

El Budismo Zen nos enseña a cultivar la atención plena y la presencia en cada momento, sin huir ni evadirnos a través del uso de sustancias. La verdadera libertad y despertar provienen de enfrentar la realidad sin filtros, sin muletas artificiales.

Nuestra práctica Zen nos invita a abrazar la vida tal como es, con todos sus desafíos y maravillas, sin buscar escondernos cobardemente del presente o escapar de nuestros propios pensamientos y emociones.

Así que, no, en el Budismo Zen no utilizamos drogas como camino hacia la iluminación. En cambio, buscamos desarrollar una mente prístina y despierta que nos permita experimentar la vida plenamente, con valentía y compasión.

En la vía del Buda encontramos una libertad genuina al enfrentar la vida tal como es, sin necesidad de artificios. La mente clara y la presencia consciente son los verdaderos aliados en nuestra búsqueda espiritual y en el despertar a la verdad que yace en cada uno de nosotros.