Hace años, durante un Sesshin en un templo en las montañas, me di cuenta de que todos mis compañeros monjes y yo compartíamos en silencio algo muy poderoso y mágico. Todos estábamos ahí porque habíamos librado mil batallas contra el ego y habíamos trabajado mucho para llegar a ese momento.

Cada monje tenía una historia personal de autodescubrimiento, disciplina inquebrantable y de estudio incansable del Buddhadharma. Ninguno estaba ahí por casualidad. Y a pesar de que todos habíamos pasado por muchísimos obstáculos y dificultades, todos éramos profunda y auténticamente felices. Lo podía ver en la paz de sus sonrisas y en la calma de sus miradas. Habíamos encontrado al Buda y a Dogen, para vivir por sus enseñanzas

Todas las personas del mundo compartimos una búsqueda universal: alcanzar la felicidad. Es como una melodía constante que resuena en nuestros corazones, guiándonos a través de la existencia. Sin embargo, en este mundo moderno de recompensa inmediata y gratificación instantánea, nuestra relación con esta búsqueda se ha tornado desequilibrada, como si estuviéramos fuera de sintonía con el universo mismo.

Lo inmediato y lo fácil nos destruyen

Vivimos en una era en la que anhelamos todo rápido y gratis. Se nos ha inculcado la idea de que merecemos resultados sin necesidad de esforzarnos. Pero ¿y si te dijera que el camino hacia el Buda y la auténtica felicidad no se trata de la gratificación instantánea, sino de ganártelo con determinación y dedicación?

Shakyamuni Buda, hace miles de años, descubrió la mecánica misma de nuestro sufrimiento y dejó un legado de sabiduría que resuena a través de los siglos. Todas sus enseñanzas están ahí para quien las quiera. Pero aquí está el secreto que a menudo pasamos por alto: el derecho de tener al Buda como tu maestro se gana, no se regala. Shakyamuni no es un redentor, no va a salvarte de nada. Es un maestro y sabe que el Dharma no es para el perezoso que busca atajos ni para aquellos que abandonan la senda ante el primer desafío.

El Buda te muestra la dirección a seguir, te ilumina el sendero, pero es tu responsabilidad andar ese camino con determinación y pasión. Es como un viaje hacia lo más profundo de ti mismo, una búsqueda de autenticidad que requiere valentía y paciencia. No basta con quererlo, debes merecerlo.

Nuestro Gran Maestro, Dogen Zenji, nos insta a dejar de lado cuerpo y mente. Esta enseñanza no sugiere descuidar nuestra salud física o mental, sino liberarnos de las distracciones y apegos que nos atan. Es un recordatorio humilde de que, para abrazar la vía del Buda, necesitamos estar dispuestos a aprender, a escuchar con atención y a seguir la guía de un maestro.

Para encontrar al Buda

Imagina cada minuto que pasas en Zazen es construir un puente entre tú y el Buda. Cada inspiración y espiración te acerca más a esa conexión profunda. Pero este puente no se construye con facilidad; requiere dedicación, compromiso y una voluntad inquebrantable.

En Zazen no tenemos distracciones. No hay música ni mantras. Eliminamos todos los juguetes mentales. Solo hay silencio y el estado actual de las cosas y de tu mente. Y ahí en lo profundo, está tu verdadero ser. En Zazen te despojas de todo, y por eso te unes al Todo. La búsqueda del Buda interior exige que te ganes el derecho de sentarte junto a él. Es un viaje que desafía tu ego, te confronta y, al mismo tiempo, te transforma.

Entonces, si alguna vez te has preguntado si el Buda puede ser tu maestro, recuerda que el camino hacia él es una senda que debes recorrer con esfuerzo. Es una búsqueda que requiere un corazón dispuesto, una mente abierta y la voluntad de ganarte cada paso.

No hay espacio para las recompensas superficiales en la Vía del Buda. El verdadero regalo es el proceso mismo, el proceso de ganarse a Shakyamuni y a Dogen, a través de la constancia y el amor inquebrantables. Cada minuto en Zazen, cada momento de silencio, te acerca al Buda que reside en tu propio corazón. Y en esta unión sagrada, descubres que, al ganarte al Buda, te ganas a ti mismo.