El viernes 8 de febrero de 2019 mi madre murió. Y es una de las experiencias más profundas, significativas y maravillosas que jamás he vivido.
Ahora sí te perdimos, Chocobuda. ¡Maldito bastardo sin corazón! ¡Tienes que estar en drama al menos 5 años!
Mientras escribo este post hay una sonrisa en mi. Por supuesto que hay tristeza en el corazón. No la niego, no la ahuyento, no la oculto. Pero tampoco la cultivo o le agrego basura mental. Hay tristeza y la dejo ser.
Pero la tristeza no soy yo. Solo es.
Al mismo tiempo, también hay alegría porque mi madre ya no sufre más. Un día antes de que muriera, tuve la preciosa oportunidad de decir adiós, de decirle cuánto la quiero y le di gracias por todo lo que hizo. También le dije que había hecho un gran trabajo criando a mi hermana y a mi.
Ella me dijo que mi misión como hijo estaba completa y que era momento para ella de salir de viaje.
Por ello, hay alegría en el corazón. Pero esta alegría no soy yo. No la niego, no la ahuyento, no la oculto. Solo es, la dejo ser.
Al día siguiente de la despedida, mi madre estaba muy débil. Ya no se podía mover y tampoco me reconocía. Su pulso y respiración eran tan pequeñas, que el personal del hospital comenzó los preparativos para la muerte. A las 3:25 PM, su corazón dejó de latir. Después de eso, la vida se puso rápida.
Gracias a que mi hermana ha entrenado Budismo Zen conmigo por varios meses, llevó las cosas en calma. Pero mi padre lloró mucho porque su compañera por 48 años, había partido. Hice lo mejor que pude para consolarlo.
Decidimos no hacer funeral ni avisar a nadie, solo a la familia cercana por parte de mi madre. Aceptamos que era un momento íntimo en el que debíamos vivir la pérdida cada uno a su manera.
A la mañana siguiente recogimos las cenizas de mi madre y fuimos a descansar a casa. Por la tarde terminamos el día con una cena en un restaurante lindo. Al final hubo muchos abrazos, besos y sonrisas.
Como he dicho, hay tristeza en mi, pero no hay sufrimiento. No hay drama, no hay expectativas ni “que hubiera pasado si…”. No he llorado porque no he sentido la necesidad. Pero si las lágrimas llegan, serán bienvenidas con el corazón abierto.
Pero el asunto es que estoy de muy buen humor.
La práctica disciplinada de zazen; el estudio de Shobogenzo Shoji, por Master Dogen; y recitar el Sutra del Corazón; me han dado una base sólida para aceptar y apreciar cada segundo de esta experiencia. Es perfecta. Nada que agregar, nada que quitar.
La muerte de un ser querido es una situación más de la vida. No es buena, no es mala. Solo es la vida siendo vida. Al entenderlo, se encuentra una auténtica paz, quietud, gratitud y aceptación del orden cósmico de las cosas.
Esta experiencia, como todas las demás, es como necesita ser y no cambiaría absolutamente nada.
La práctica Zen nos da la habilidad de vivir cada emoción al 100%, sin reserva alguna. Cuando la tristeza llega, es todo lo que hay. Cuando la aceptación llega, es todo lo que hay.
Pero cuando la alegría llega, también es todo lo que hay. Ésta se manifiesta cuando puedes vivir el momento presente, que va más allá de las palabras y explicación alguna.
Justo ahora el sol brilla en el inmaculado cielo azul. Estoy escribiendo estas líneas y aún hay café caliente en mi taza. La sonrisa sigue en mi rostro.
Este instante es todo lo que hay; y es la más brillante de todas las gemas.
Amar nunca se ha tratado de forzar las cosas para que alguien esté contigo, porque nadie te ha pertenecido nunca.
El amor es un arte espiritual que requiere atención plena y una comprensión profunda de Gratitud, Compasión, Generosidad y de Impermanencia. Con motivo del Día del Amor y la Amistad, tendremos un mini taller en el que hablaremos sobre cómo lograr estos valores apoyándonos en la meditación; y cómo dar un giro a tus relaciones de familia, amigos y pareja. ¡Amar sin apegos es posible!
Meditemos y aprendamos juntos.
Entre los temas de los que hablaremos están:
Comunicación abierta.
Querer sin obsesiones.
Meditar para soltar.
La espiritualidad en el amor.
Crear sentimientos de compasión y altruismo con la práctica milenaria Metta Bhavana.
Te espero el viernes 15 de febrero de 2018, a las 19:00 h en Árbol del Yoga, Guadalajara.
Si miras al rededor, te darás cuenta que estás rodeado de expertos. Y si lees tus redes sociales, encontrarás aún más expertos. Hay vulcanólogos, meteorólgos, teólogos, científicos de partículas, politólogos, master chefs; todos ellos listos a dar su opinión experta de lo que sea y sin que nadie lo pida.
Pero yo aquí y ahora digo: no lo sé. Soy el más ignorante de todos. Y estoy en paz con ello.
Estos días me encontré con la cita del Seon Master Dae Bong, que me parece relevante. Recomiendo leerla varias veces:
«El principio y el final de la práctica Zen es el mismo: ¿Qué soy?
La práctica Zen nos lleva a mirarnos a nosotros mismos. ¿Qué soy? ¿Soy este cuerpo? ¿Soy mis pensamientos? ¿Soy mis emociones? ¿Mi trabajo? ¿Soy mi familia o mi país?
¿Qué soy?
En el Budismo Zen, si miras esta pregunta con sinceridad, encontrarás que no sabes.
Esta mente que no sabe nada, es tu verdadero yo. Ese que existe antes del pensamiento.
Cuando mantienes la mente antes del pensamiento, entonces no hay separación entre tú y el universo.»
Sentémonos juntos y admitamos con alegría: ¡No lo sé!
Cuando comenzamos a practicar Budismo Zen, es normal que busquemos una experiencia que parezca sacada de un documental de espiritualidad. Queremos un Buda dorado, las velas, el incienso, el lugar paradisíaco en la montaña y nos frustramos cuando el ruido externo nos distrae de la meditación.
Pero la gran paradoja es: cuando buscamos un lugar ideal para la práctica Zen, estamos dejando de practicar Zen.
Budismo Zen es la pérdida de todo tipo de búsquedas. No queremos un lugar en paz, no queremos silencio y tampoco queremos que el universo entienda nuestra espiritualidad. Por el contrario, el Budismo Zen es la aceptación radical de las cosas y situaciones de la vida. Absolutamente todas.
Estos últimos días he estado viviendo la impermanencia a flor de piel. Mi madre tiene un pié en el mundo de los vivos y otro en el Gran Vacío.
Cincuenta años de adicción a los cigarrillos ha terminado en EPOC (Enfermedad pulmonar obstructiva crónica), cáncer de piel y otros males. Por la falta de aire en los pulmones, su cerebro dejó de recibir oxígeno suficiente; entonces tiene también un infarto cerebral. Su estado es grave, pero estable por el momento.
He estado ayudando a la familia en lo que se puede y estamos haciendo turnos para que alguien esté siempre a lado de mi madre en el hospital (en México los hospitales piden que un familiar esté 24 horas a lado del paciente).
En mis noches de hospital, aprovecho también para estar con los pacientes que necesitan ser escuchados y tratados con dignidad y respeto.
¿Cómo estoy yo? En paz y abriendo el corazón a todo lo que la vida tiene en este momento. No he llorado, no estoy desesperado y tampoco estoy en drama. Reconozco que hay tristeza, más no hay drama ni sufrimiento en mi.
Estando a lado de la cama de hospital de mi madre me doy cuenta que este instante lo tiene todo, está completo y nos pone justo donde necesitamos estar. No hay nada que se deba quitar, no hay nada que se deba agregar. La perfección del presente es la joya más pura.
Master Dogen nos dice en Shobogenzo Shoji (Vida-Muerte):
En la vida solamente hay vida, nada más. En la muerte solamente hay muerte, nada más. Por lo tanto: cuando viene la vida, solo hay vida. Cuando viene la muerte, solo hay muerte. No os apeguéis ni rechacéis ninguna de ellas.
La «vida-muerte» es la vida del despertar de la conciencia. Si la detestáis y tratáis de escapar de ella, perderéis el despertar de la conciencia. Si os apegáis y queréis permanecer en ella, perderéis igualmente la conciencia despierta y os quedaréis solamente con la carcasa. Solo cuando uno no se apega ni rechaza la «vida-muerte» puede actualizar en si la conciencia despierta.
La enfermedad solo es enfermedad. Estar a lado de un ser enfermo, es solo estar a lado de un ser enfermo… haciendo lo mejor que se pueda para que el sufrimiento sea el menor posible y que salga de esa situación.
Mi zazen ha sido de tiempo completo. Mi Sutra del Corazón ha sido completo, sereno y cotidiano. Contemplo, dejo pasar los juicios y pensamientos chatarra. Respiro y sigo adelante. No dejo de sonreír y de mantenerme sano para ser el apoyo de la familia y de ustedes.
El Buda se manifiesta en todos lados a mi alrededor y mil Budas más lo siguen cada instante que pasa.
Hacia el final de su vida, Shakyamuni Buda sufría de dolores de espalda y ya no podría sentarse. Tenía que hacer zazen y enseñar recostado en su lado derecho. Nos enseñó que aún en la enfermedad nuestra disciplina y práctica deben ser inquebrantables.
Todo el universo que nos rodea y todas las condiciones de la vida, son nuestro Templo Budista Zen.
Los invito a practicar zazen unos minutos conmigo en el hospital.
Los seres humanos somos muy buenos para comunicarnos y de muchas maneras. El problema es que pocas veces cobramos conciencia del impacto de lo que decimos… o de lo no decimos.
En el Noble Camino Óctuple, el Buda nos dejó lineamientos para que todas las formas de expresión sean virtuosas. Aprendemos a ver las consecuencias de lo que decimos y tomamos el control para que el silencio sea la mejor manera de entablar el diálogo.
La gran mayoría de maestros espirituales que conozco y que he leído coinciden en que la sociedad de consumo que hemos creado tiene algunos puntos buenos; pero son más los malos y que, como sociedad humana, decidimos no mirar.
Parecería que luchamos todo el tiempo por mantenernos lejos de las crudas realidades y problemas que generamos al estar separados de la Madre Tierra y asumir que lo merecemos todo; y que todo se mide en moneda.
Vemos el planeta ya todos los seres como “recurso”, cuando en realidad estamos saqueando a nuestra Madre.
Nos presionamos todo el tiempo por comprar, por poseer, por consumir objetos y personas; en un constante autoengaño de que lo merecemos todo y de que el universo nos tiene que cumplir cada capricho. La avaricia y la ceguera son más dañinas de lo que imaginamos.
Es esta presión por tener, por comprar y por consumir, la que nos vuelve seres de riesgo porque estamos dispuestos a hacer lo que sea por mantener el estatus quo que nosotros mismos inventamos.
Los recientes problemas en México con respecto a la gasolina tuvieron un giro inesperado cuando las personas que estaban robando combustible de un ducto, provocaron una explosión que produjo casi 100 muertos. No diré más sobre la noticia pues hay demasiado en los medios de difusión.
¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar para consumir? Está claro que no hay límites aunque la vida y el planeta dependan de ello. Avaricia por doquier.
Pero no nos detenemos a pensar que todo lo que hacemos o no, tiene consecuencias que no estamos dispuestos a enfrentar.
Podríamos pensar que la gasolina es explosiva, pero hay una mezcla más letal: ego, ignorancia y avaricia. Esa sí que es una mezcla letal porque afecta la vida a niveles históricos.
Es en estas situaciones cuando la práctica Zen adquieren más relevancia que nunca.
Cuando la vía espiritual dejada por el Buda y Dogen Zenji llegan a nuestra vida, comenzamos a entender que la sociedad de consumo necesita un freno.
No es que siendo budista Zen haga que la vida cambie mágicamente, pero sí que es posible llegar a un punto en el que la avaricia y el deseo pueden quedar de lado, para dar paso a la ecuanimidad.
Cuando practicas Budismo Zen sigues siendo parte de la sociedad de consumo, por supuesto. Es lo que es. Somos humanos y necesitamos energía, alimento y una vida cómoda.
Pero entendemos que solo tomamos lo que necesitamos para estar bien. Cualquier exceso o extremo nos llevan irremediablemente a dukkha.
No es solo el problema de la gasolina en México lo que necesita un poco de Zen. Es cada situación por la que pasamos. Desde corazones rotos hasta problemas entre naciones, todo puede ser menos difícil si el Buddhadharma llega a formar parte de nuestro ADN humano.
El camino para mejorar a las naciones no comienza con políticos, con criminales ni con revoluciones. Comienza con la búsqueda sincera y disciplinada de la espiritualidad personal. Comienza y termina en el zafu.
Si lo que escribo te es útil y te gusta, ¿por qué no invitarme un café? Gracias.
Sobre mi
¡Hola! Soy Kyonin, monje y maestro budista de la tradición Soto Zen. Formo parte de Grupo Zen Ryokan. Comparto la sabiduría eterna del Buda para ayudar a encontrar la paz interior y la liberación del sufrimiento. Juntos vamos en camino hacia la compasión.
En días de lluvia
la melancolía invade
al monje Ryokan
-Haiku de Ryokan Taigu Roshi