Montañas caminando

Montañas caminando

El Monje Daokai del Monte Furong dijo a sus seguidores: «Las montañas verdes siempre están caminando. Una mujer de roca da a luz a un niño por la noche». A las montañas no les hace falta cualidades de montañas. Por ende, siempre están en calma y siempre caminan.

Dogen Zenji, en Sansui Kyo (Discurso de las Montañas y el Agua)

La suave pero firme voz de mi maestro sonó como trueno en el zendo mientras mis compañeros y yo practicábamos kinhin (meditación caminando).

Montañas caminando, dijo.

Las montañas se mueven lento. Tan lento que necesitaríamos varias vidas para notarlo. Parecen inmóviles y eternas, pero no lo son. Justo como nosotros. Cuando entrenamos zazen nos convertimos por un momento en montañas que se mueven poco, pero que capturan un instante en el tiempo para luego soltarlo hacia la inmensidad.

Las montañas no necesitan demostrar lo que son. No compran dispositivos electrónicos. No usan Twitter. Tampoco necesitan títulos, colores o fronteras. Son parte del universo y se manifiestan lentamente. No dan explicaciones. Sólo son. Están.

En el zendo éramos 15 montañas distintas caminando mientras portábamos las ropas del Buda y dejábamos que el humo del incienso nos fundiera en un ente sin división alguna. Por varios días de arduo entrenamiento mis compañeros y yo recitamos los versos de Dogen y reflexionamos sobre las enseñanzas del Tathagata y muchos otros bodhisattvas.

Pasar tiempo sentado junto a mis maestros fue de especial ayuda porque me di cuenta que no soy nada. No sé nada.

Y entendí lo largo que es mi camino. ¡Tantos seres qué ayudar! Pero al mismo tiempo aprecié (una vez más) la importancia de la disciplina y el estudio.

Hubieron discusiones acaloradas, pocas horas de sueño, tensión y aprendizaje que requirió todo el enfoque posible.

Pero también hubo silencio adornado de elegancia y perlas de serenas sonrisas.

Y al final en el zendo quedó un Buda solitario observando cómo regresábamos a nuestros países.

Montañas caminando.

 

 

Un Chocobuda dirigiendo el servicio matutino (a la derecha), Takesa Ge, Hannya Shingyo y salida de los monjes.

 

Ceremonia de Kito: compasión para todos los seres vivos. Dedicada a los niños sufriendo en Gaza y a niños migrantes en América Latina. Hannya Shingyo. Un Chocobuda tocando el tambor fuera de cuadro.

Mentalidad divisoria

Mentalidad divisoria

Por estos días estoy me estoy preparando para ir a un cónclave de mi orden budista. Será fuera de México (más sobre esto en el siguiente post) y la he pasado entre listas, estudios, trabajo pendiente y zazen. A este evento acudirán compañeros monjes de varias partes del mundo y serán días de entrenamiento rígido y enfocado.

Para mi es una oportunidad única de aprender y convivir con personas interesantísimas que llevan 20 o 40 años sirviendo.

Hablando por teléfono con mi padre, que tiene un nacionalismo fanático y enfermizo por México, me dijo muy serio y ceremonioso…

-Espero pongas el nombre de México muy en alto.

Con toda amabilidad le dije que el budismo zen no funciona así. No voy a un concurso o a algún certamen. Voy a estudiar junto a personas que han consagrado su vida a servir a la humanidad. Son una inspiración para mi. Eso es todo.

Por supuesto mi padre no tomó bien esta respuesta. En su imaginación, es mi deber hacer propaganda para que México sea bien visto por el mundo; y además competir para que yo sea el mejor de todos los asistentes.

La llamada terminó, pero debo admitir que terminé molesto y un poco asqueado por la idea.

Gracias a que la gente pone en alto el nombre de su país, es que la humanidad está torcida. ¿Ser el mejor? ¿Pero en qué?

Una y otra vez la historia nos demuestra que las barreras y las fronteras no funcionan. Entre más nos esforzamos por mantener esta mentalidad divisoria, más sufrimiento nos causamos.

Tenemos esta ilusión de orgullo patriota que nos intoxica y corroe nuestra capacidad de compasión.

Las grandes guerras de la humanidad, el machismo, todos los crímenes de odio, todas las bombas israelíes que caen sobre Gaza, el racismo, los malos gobiernos, los narcos… todo ello es derivado de que en nuestra mente separamos el YO del USTEDES.

Este ego inflamado es el que nos empuja a tener más, a querer más poder y a pisotear a los demás.

En Aikido, mi amada arte marcial, aprendemos que cuando hay competencia y separación, alguien siempre sale herido. Es decir, para que exista un ganador, alguien tiene que pagar el precio y ser humillado o pisoteado.

Morihei Ueshiba O’Sensei no creía en la competencia. Él promovía la paz por medio el trabajo en equipo para el avance comunitario. Son valores que incorporé a mi práctica y son parte de mi tonta cruzada por promover la compasión.

Si te has preguntado porqué las cosas no mejoran, piensa que entre más levantes las divisiones entre los seres vivos, jamás avanzaremos como especie.

Es hora de empezar a destruir la palabra YO y reemplazarla por TODOS NOSOTROS.

El limbo de la preocupación

El limbo de la preocupación

Con mucha frecuencia he escuchado a personas decir que tanto el budismo como el zen son filosofías en las que nada importa; que sus practicantes somos nihilistas deprimidos y que somos unos vale madres (término mexicano para alguien que evita responsabilidades o involucrarse en lo que sea). La gente que nos observa se impresiona de mala forma porque no nos preocupamos por lo que sucede al rededor o lo que nos afecta directamente.

No hay nada más lejos de la realidad. Existen situaciones en el universo que nos importan mucho, que nos parecen terribles y que necesitan ser atendidas. La gran diferencia es que entendemos que es posible no preocuparse para mejor tomar acciones que ayuden a solucionar las cosas, aunque sea un poco. También sabemos que la preocupación es otra cara del sufrimiento.

Algunos pasan sus días o años enteros preocupándose por cosas en las que no tiene ingerencia y que, por más desvelos y bilis que acumule, no tiene manera de solucionar. Se preocupan por situaciones a una escala tan grande, que los problemas reales que sí pueden solucionar, los dejan pasar para que crezcan y causen más daño.

Esto se vuelve aun peor porque la preocupación es viral. Se instala en el anfitrión, lo consume y busca al siguiente objetivo para contaminarlo. Es decir, parece que preocuparse por todo es un gran pasatiempo social. Cuando uno se preocupa en la familia / escuela / oficina, todo mundo se engancha. Entonces sufrir en grupo se convierte en una manera más de compartir la experiencia.

La preocupación es una fuerza muy poderosa. Es un remolino que nos arrastra hacia un limbo del cual es muy difícil salir. Causa una especie de ceguera que no nos permite ver que siempre existen opciones. Siempre.

Con todo esto dicho, hago esta pregunta: ¿vale la pena preocuparse por cosas que no tenemos el poder de arreglar?

Uno de los escritores clásicos de productividad que más me gusta, Stephen Covey, tiene un diagrama que ayuda a explicar esto:

areas-de-covey

En el Área de Preocupación entran todas las situaciones y fenómenos que nos angustian y que no podemos hacer nada directamente para resolver. Ejemplos: matanza de focas en el polo norte, asteroides en ruta de colisión con la Tierra, guerra en países al otro lado del mundo, malas decisiones de políticos, árbitros malos en juegos de futbol, vidas de personas famosas, el futuro de lo que sea… Nótese que usé la palabra directamente porque hay algunas cosas en las que sí podemos influir indirectamente.

En el Área de Acción caben todas las situaciones en las que tus actos tienen consecuencias directas positivas. Ejemplos: trabajar sin distracciones, limpiar tu alimentación, meditar, mejorar tu comprensión financiera, no votar por políticos siniestros, unir y formar nexos con la gente de tu vecindario, donar a una organización que ayude a eliminar la matanza de focas, no consumir productos de una corporación maléfica (te estoy viendo, Coca-Cola), ayudar a tu familia y amigos, escuchar a quien se acerque a ti.

Así pues, si te preocupa mucho que las personas en tu país sufran hambre, no te quedes quejándote en Twitter o Facebook. Dona tiempo o dinero a una organización que tenga el poder de cambiar las cosas.

Si te angustia la seguridad y el crimen en tu ciudad, deja de contar historias y de propagar tu estrés. Mejor educa a los jóvenes sobre cómo prevenir y no participar en el crimen, aprende sobre ello y disminuye riesgos.

Si detestas lo que están haciendo los políticos de tu país, para en seco la propagación de memes y mejor participa en foros ciudadanos pacíficos, educa a los jóvenes en arte y cultura, integra a tu comunidad para hacer cambios positivos y mejorar la vida para todos.

El punto de todo esto es dejar en claro que la preocupación no sirve mas que para traer sufrimiento, mismo que te congelará en tu sitio y no te dejará mover.

Si hay alguna situación que se necesite resolver, no la conviertas en problema con tu preocupación. Mejor actúa con calma e inteligencia para mejorar las cosas.

Las pequeñas acciones cambian al mundo. Esto es karma (acción), Visión y Acción correcta, en budismo. Siempre puedes comenzar hoy.

 

 

La compasión comienza contigo

La compasión comienza contigo

Como bien sabrás, parte del motivo de mi práctica como monje es compartir y promover la compasión (karuna, en Pali). Es un valor que está en riesgo de hundirse para siempre en este océano de individualismo y de egolatría. Y al mismo tiempo nos estamos ahogando como consecuencia de ello.

No se trata de compasión de decir «Ah, pobre indigente. ¡Cómo sufre!». Esta es compasión inútil y vacía.

Es muy claro (y la ciencia lo ha dicho una y otra vez), que la compasión y la amabilidad tiene muchos beneficios. Nos hace sentir bien, destruye la tristeza y la depresión, mejora la salud; y encima de todo, los demás salen beneficiados.

Se trata de entender que todos los seres vivos sufrimos y de tomar acciones para ayudar y mejorar las condiciones de todos.

Aquí es donde nuestro ego y ceguera se interponen. Queremos que el mundo funcione y que los demás sientan compasión hacia nosotros. Queremos que el gobierno deje de atropellarnos, una mejor pareja, que la contaminación se termine, mejor condición para los niños de la calle, paz en el mundo… pero creo que no tenemos la calidad moral de pedir nada.

Es imposible exigir un trato digno, cuando manipulamos y mentimos.

Es de vergüenza implorar que los políticos sean honestos, cuando nosotros no lo somos ni con nosotros mismos.

No tenemos cara para pedir que los conductores de transporte público sean éticos, cuando al conducir un auto somos los primeros en pasar por encima de las reglas.

No tiene sentido pedir paz y fin al crimen, cuando somos los primeros en explotar en violencia a la primera provocación.

La lista puede continuar, por supuesto. Vivimos en esta eterna contradicción donde queremos que el universo funcione sin esforzarnos en nada.

Y es que la compasión necesita comenzar dentro de nosotros. Para recibir respeto, debemos entenderlo a fondo. Eso sólo se logra sintiendo respeto hacia nosotros, como organismos vivos.

Una buena alimentación, dedicar tiempo a meditar, leer muchos libros, tener la mente abierta a la diversidad y nuevas ideas; son actos de amor propio y de respeto absoluto. Cada vez que respetamos el cuerpo-mente, convertimos la vida en algo sagrado y puro.

El respeto y la compasión comienzan dentro de nosotros.

Hasta que lo sintamos hasta el tuétano, no tenemos capacidad moral de pedir que el universo nos respete.

Imagen: Kannon o Avalokiteshvara, bodhisattva de la compasión.

 

Una Mente, palabras de Master Huangbo Xiyun

Una Mente, palabras de Master Huangbo Xiyun

Existen muchos maestros de budismo Zen y de Ch’an que hay que estudiar a profundidad. Pero uno de los que más ha dejado enseñanzas para mi en estos tiempos es el Master Xiyun.

No sabemos mucho de él, sólo que nación en la provincia de Huangbo, un poco de su vida monástica y que murió en el año 850 DC. Sin embargo dejó enseñanzas que siguen haciendo eco en los practicantes de budismo en todo el mundo.

La siguiente enseñanza habla sobre cómo todos somos un sólo ser, un sólo universo. Indivisible y más grande de lo que podemos imaginar.

No tenemos más que sentir humildad y nuestra propia pequeñez ante la realidad que se aprecia sin apegos y sin rechazos:

«El Maestro me dijo: Todos los Budas y todos los seres sintientes son sólo Una Mente (una sóla Existencia), junto a la cual no hay nada más.

Esta mente sin inicio, es indestructible. No es verde ni amarilla. Tampoco tiene forma o apariencia. No pertenece a ninguna categoría de las cosas que existen o que no existen. No puede ser enseñada como algo nuevo o viejo.

No es grande ni pequeña porque trasciende medidas, nombres, rasgos y comparaciones.

Es lo que ves frente a ti. Es aquello que si lo intentas razonar, caerás en el error. Es un vacío sin límites que no puede ser comprendido o medido.

La Mente Únicaes el Buda y no hay distinción entre Buda y seres sintientes. Sin embargo los seres sintientes están atados a su forma física, así que deben buscar la Budeidad en el exterior. Y cuando comienzan a buscar, ya lo perdieron todo; porque están usando al Buda para buscar al Buda, están usando la Mente para encontrar la mente.

Aunque busquen por siglos y siglos, no encontrarán nada. No saben que si detienen el pensamiento conceptual y se olvidan de la ansiedad, el Buda se revelará ante ellos. Por que la Mente es el Buda y el Buda es todos los seres vivos.No es menos que eso para seres ordinarios y tampoco es más que eso por manifestarse en los Budas.»

Todos somos Budas. Siempre lo hemos sido y sabemos que tenemos la capacidad de parar el sufrimiento. Pero nos negamos porque estamos muy distraídos buscando la felicidad en redes sociales y en placeres momentáneos.

Es hasta que guardamos silencio y aceptamos la vida como es, que el universo se transforma en un lugar maravilloso.