por Kyonin | Dic 4, 2017 | Productividad, Vida

En mis años de artes marciales entrené Iaido, que es el conjunto de técnicas para desenfundar la espada y responder a un ataque.
Un día en el dojo, un compañero comenzó a entrenar con una katana muy hermosa. Se veía muy bien, sonaba bien… pero a los 20 minutos, luego de algunas repeticiones de suburi (corte vertical de arriba hacia abajo), la hoja de la espada se desprendió de la empuñadura, salió volando y golpeó en el hombro al practicante de enfrente. Por suerte la hoja no tenía filo y no hubo daños qué lamentar… a parte del susto y la sorpresa de todos.
Sensei miró la escena en silencio y cuando todo pasó, reprimió a gritos a mi compañero. Y la verdad es que no era para menos.
Luego de la clase, Sensei explicó que habían dos tipos de katana: la ornamental y la real.
La ornamental es la que uno puede encontrar en cualquier tienda de baratijas orientales. Son lindos artículos para colgar en la pared o poner sobre el escritorio de un ejecutivo. Son perfectas para impresionar a quien no tiene idea. Pero son espadas hechas de hierro colado en una planta industrial. Son frágiles y no resisten el entrenamiento en un dojo. Es fácil que la hoja se rompa en pedazos al chocar con una katana real, además de que ésta es muy corta y no abarca todo el interior de la empuñadura. Básicamente, las katana que venden en las tiendas chinas no sirven para nada.
Las katana de verdad están forjadas a golpes, con acero templado con las manos expertas de al menos 3 artesanos (video). Las mejores espadas necesitan hasta 500,000 golpes y toman al menos 6 meses de trabajo diario, atención a los detalles y mucha concentración. Estas armas se entonan, se afilan y se pulen para que sean durables, ligeras y que siempre estén listas para lo que sea.
Esto lo escribo porque los hábitos son justo como katana. Podemos intentar crear un hábito en 20 días, como dicen los blogueros de productividad… o podemos tomar el tiempo, el cariño y la atención para caminar por la ruta larga. Sin prisas y sin urgencia alguna.
Y es que una de las lecciones más grandes que la vida tiene para nosotros es que la naturaleza no lleva prisa alguna.
Piensa en nuestra Madre Tierra. Ella lleva 4.5 billones de años en cambio constante. Se inventa a sí misma todos los días. Se modifica constantemente y todo el tiempo está en busca de nuevas maneras de hacer las cosas y de responder a los estímulos que le rodean.
No hay ningún tipo de urgencia o emergencia. Hace lo que debe hacer en el tiempo que se requiera. Los continentes tomaron millones de años en formarse. Los ríos tardan siglos en construir su cauce. Los árboles también se lo llevan muy tranquilos para generar bosques.
Si el orden natural de la vida es lento y lo sabemos, ¿entonces porqué los humanos tenemos tanta prisa?
Todo lo queremos aquí y ahora. Corremos para un lado y para el otro para poder lograr cosas, y así sentirnos importantes. Y si no obtenemos lo que deseamos, entramos en conflicto que nos lleva a la depresión.
Esto lo aplicamos para las relaciones personales, para el trabajo, para los estudios y hasta para la política.
Una y otra vez nos damos contra la pared porque nuestro ego olvidó que el ser humano es parte de la naturaleza, no es dueño de ella. Deseamos imponer nuestra urgencia ante el orden de la existencia, pero al universo le importa un comino.
Hemos construido una cultura que gira en torno a la recompensa inmediata, que es seductora y fácil… si estamos dispuestos a pagar el precio, que por lo regular es más alto de lo que creemos.
Compramos la píldora mágica para bajar de peso, vamos a la universidad que prometa menos años de instrucción, nos involucramos en relaciones que solo apuntalan el deseo y no el amor, y olvidamos la magia que es leer un libro sin monitos (ilustraciones). Tarde o temprano enfrentaremos el resultado de nuestra pereza y deseo por lo fácil.
Y cuando se trata de querer crear un nuevo hábito, esta búsqueda por lo fácil nos hará fallar sin remedio.
Por esa razón es que el mito de los propósitos de año nuevo me parece muy divertido. Los hacemos en la celebración del 1 de enero, para olvidarlos una semana después.
Si hay algo que aprendí en todos mis años de obesidad, es que no hay forma alguna de que un hábito quede instalado si buscamos la píldora mágica.
Los hábitos son como forjar una katana. Necesitan ir lento, a golpes, con vigor, pasando primero por fuego y caos, para luego enfriarse y ser una espada resistente y duradera; que nos ayude a mantener la paz.
Si en lugar de ir en contra de la naturaleza, la observamos y tomamos las lecciones que nos pone en nuestras narices, quizá sería posible lograr nuestros objetivos de año nuevo.
¿Qué tipo de katana serías?
por Kyonin | Nov 30, 2017 | Budismo, Vida, Zen

Avertencia: si eres alérgico a los tamales, a los gatos o a los hábitos que cambian la vida, este post no es para ti.
Si me sigues en Twitter, habrás visto que en ocasiones publico alguna foto de mis gatos: Tesla y de mi Maestro Zen, Tamal Sensei.
Tamal-sama llegó mi vida un día que iba caminando hacia el mercado a comprar comida. Escuché un maullido de gato bebé y al buscar, lo encontré escondido en un arbusto, helado y muerto de miedo. Desde ese día se mudó a mi casa y la experiencia ha sido maravillosa porque he aprendido mucho de él.
Es un gato que a lo largo del tiempo ha desarrollado conductas muy curiosas, que repite diariamente y no falla en ellas. Temprano antes del amanecer, mientras recito sutras y practico zazen, él se sube a su primera siesta del día en la silla del escritorio. Durante mi sesión de yoga, se mueve hacia el teclado de mi PC.
Si es mañana de estudio y estoy en el escritorio, se sube a mis muslos a simplemente estar conmigo. Claro que no es tonto. Si hace frío sólo se duerme en el suelo junto a mi.
Durante mi café, Tamal come su octavo desayuno y se muda a un sillón y ahí duerme hasta medio día.
A las 12:00 PM se acerca a maullar y a mirarme por al menos 30 minutos. Luego va a buscar su pelota y me la trae para que la arroje. Jugamos a la pelota por unos 20 minutos. Luego se cansa de tanta emoción y regresa a su siesta.
Por la tarde, a las 6:00 PM termina su sueño de belleza y me busca para más juego de pelota. Jugamos por otros 30 minutos. Si me ve ir a la cocina, se sube a una mesa porque sabe que es hora del cariño. Lo acaricio, charlamos y luego va a una pequeña siesta más.
A las 9:00 PM es hora del parkour y de cazar a Tesla. Juegan por todos lados, trepan, saltan, emboscan, se muerden, gruñen… para terminar durmiendo juntos en un sillón.
A las 10:00 PM va a su arenero y espera que le sirva su cena. Come y luego merodea por la casa.
A las 10:30 PM que ya estoy en cama, va a recostarse en mi pecho mientras leo. Tamal me premia con una serenata de ronroneo para arrullarme. Luego se cambia a mi lado y se queda casi toda la noche.
Esto ha sucedido por varios años. A veces cambia un poco con respecto al clima o si hay algún alumno de visita, pero sus hábitos están perfectamente establecidos.
Vemos estas conductas repetitivas en insectos, fauna marina, animales terrestres, aves y grandes simios. La ciencia ha estudiado cómo los hábitos y la rutina son necesarios para la vida en todos los planos. La evidencia y cantidad de información es contundente.
Es de vergüenza ver entonces, que el único animal que se niega reconocer el valor de la rutina es el ser humano. Huimos de ella, le tenemos mucho miedo y hacemos lo posible para no «caer en la rutina». Hay toneladas de libros, documentales y muchos compañeros blogueros que han hecho un estilo de vida poniendo a la gente en contra de nuestra naturaleza básica: la rutina y la disciplina.
Existimos en esta paradoja donde todos tenemos una rutina matutina especial o de fin de semana… pero a la hora de que esa rutina no cumple con nuestro ego, la rechazamos.
Trascender el ego y ver el valor de la rutina, hace que podamos entender el valor de la disciplina.
El Buda en muchos de sus discursos nos insiste que:
Para disfrutar de buena salud, para traer felicidad a la familia, para llevar paz a los demás, uno debe ser disciplinado y aprender a controlar su propia mente. Si una persona controla su mente podrá encontrar el camino a la Iluminación; así obtendrá naturalmente toda la sabiduría y virtud.
Aprendimos a leer gracias a la rutina. Cocinamos, nos ganamos la vida y hasta dormimos gracias a que vivimos de la rutina. Los atletas y artistas que admiras no llegaron ahí solo por accidente; son personas que viven en entrenamiento y hábitos diseñados para prosperar.
Hablando sólo de mi, sin disciplina y estudio de hábitos nunca me hubiera ordenado como monje, no podría trabajar, jamás hubiera vencido al insomnio o a la obesidad.
Así como los gatos, los seres humanos somos animales de hábitos y conductas repetitivas. Entre más rechacemos este hecho, más difícil nos será mejorar las cosas que necesitamos que funcionen mejor de nuestra conducta.
Los hábitos y la rutina se convierten en disciplina. Y un cuerpo-mente que vive así puede ser auténticamente feliz.
Si te interesa aprender más sobre hábitos, esto es para ti.
por Kyonin | Nov 23, 2017 | Activismo, Budismo, Salud, Vida, Zazen

Los humanos somos seres vivos esculpidos por la evolución para optimizar los recursos disponibles, y así crear las condiciones adecuadas para transmitir nuestro material genético.
Hemos creado una relación muy estrecha con los alimentos porque es el combustible que nos permite seguir con vida. Creamos relaciones personales estrechas al sentarnos juntos a comer. También usamos la comida como forma de celebración, gratitud, recompensa y para tapar huecos existenciales.
Los alimentos son nuestra religión, ritual, refugio y parte importante de cómo demostramos cariño por otros seres vivos.
El problema es que al crear una cultura en torno a los alimentos, hemos perdido el control y hemos caído en la irresponsabilidad; lo que dispara todo tipo de excesos que nos llevan a problemas de salud.
Por irresponsabilidad me refiero a que tomamos nuestra nutrición muy a la ligera. Dejamos que la publicidad de las empresas piense por nosotros. No leemos, no investigamos y casi nunca estamos conscientes de qué es lo que ponemos en nuestro plato. Sorprende encontrar quienes no saben distinguir entre una leguminosa y una legumbre. Si algo nos cae mal o nos hace daño, recurrimos a un medicamento para seguir comiendo lo que nos ha enfermado. Comemos hasta reventar… o no comemos a causa de algún desorden alimenticio. Tenemos esta relación increíblemente compleja con la comida.
Pero comida es comida y lo que importa es que me haga sentir satisfecho. Lo que importa es que exprese mi amor por medio de una tarta de chocolate, ¿correcto?
En un nivel simplista, sí, es correcto. Queremos alimentarnos para sentirnos satisfechos y para amar con toda la tortilla a nuestras parejas, hijos, mascotas, amigos. Pero justo porque somos irresponsables ofrecemos más comida de la que podemos manejar. Y luego está la calidad de la misma, que a veces no es la adecuada.
En las sociedades antiguas, la comida era sagrada; pero la relación en torno a ella era mucho más simple. Era considerada medicamento y se consumía (o no), dependiendo de las condiciones y de la disponibilidad.
Hoy en día comemos para amar… pero ese amor es sacrificado cuando perdemos el control y somos irresponsables.
No es casualidad que la mayoría de los monjes budistas solo coman alimentos naturales, de una a dos veces al día. La espiritualidad de la humanidad está ligada también a los alimentos y sabemos que demasiado de lo que nos gusta, resulta perjudicial.
Por eso es que el budismo no solo busca una vida ética y pacífica, sino que también cura el cuerpo. Promueve la buena salud al poner plena atención a nuestra relación con la comida.
Amar con toda la tortilla está bien. Pero hacerlo con tanta frecuencia y para cubrir huecos espirituales… eso es lo que nos tiene enfermos.
El acto de amor más maravilloso y perfecto es nutrir nuestro cuerpo. ¿De verdad estamos dispuestos a seguir obesos o enfermos por comer lo que sabemos nos daña?
Pronto seguiré escribiendo al respecto y tendré una sorpresa para quienes estén listos para reparar su relación con los alimentos.
por Kyonin | Nov 16, 2017 | Budismo, Salud, Vida, Zen

Foto: El Universal.
La humanidad está pasando por varias situaciones difíciles (como es nuestro hábito), pero una de ellas, una que me duele profundamente, es la epidemia de obesidad.
Por todos lados veo personas obesas, caminando mal, con problemas de inflamación, sudorosas y en claro sufrimiento. De hecho la obesidad es tan omnipresente que es nuestro nuevo normal; al punto de que México ocupa el primer lugar de obesidad en el mundo, con casi el 73% de los adultos en serios problemas de gordura.
Esta situación no se limita a mi país, por supuesto. Visitando otras partes del mundo he visto la misma tendencia.
Cuando era niño yo fui obeso, padecí todos los problemas que eran de esperarse. Pero revisando fotografías de mi obesidad infantil, no era nada comparado con la obesidad en los niños de hoy.
Toda mi vida adulta luché por mantener mi peso, tratando de seguir las reglas establecidas y haciendo ejercicio de forma compulsiva (artes marciales). Y nunca lo logré, llegando a pesar 150 kilos.
Entonces, sé lo que es estar ahí. Sé lo que es sentirte controlado por la comida y la desilusión constante que eso produce, además de los daños al cuerpo.
Pero Chocobuda, ¿qué tiene de malo unos kilitos de más?
Mucho, porque no son las tallas extras, es la destrucción de vidas a mano de la mala alimentación. El sistema perfecto que es el cuerpomente se rompe y se descompone, en muchos casos al punto de no retorno.
Y en el terreno de la espiritualidad y calma mental, el sobrepeso afecta más de lo que podríamos imaginar.
Todas estas palabras las escribo porque estuve ahí. Entiendo.
Este post es un llamado a que cada uno de nosotros comience a cuestionar lo que hemos estado haciendo mal. Debemos dudar de lo que las compañías de alimentos y bebidas nos dicen. ¿En serio es la culpa del consumidor y nada tiene que ver que el azúcar y las harinas sean altamente adictivas? ¿De verdad es la falta de ejercicio?
Si las empresas se preocuparan por la humanidad no venderían ese tipo de «comida» en primer lugar.
La alimentación siempre es un camino personal. También lo sé porque llevo ya 6 años de camino en los que perdí 60 kilos y estoy más sano que nunca. Y no tengo nada de especial, no soy nadie, no soy nada. Soy una persona común y corriente. Si yo pude lograrlo, cualquiera puede.
¿Qué tiene que ver el budismo en todo esto? La práctica budista es el cultivo de la disciplina y del auto-control. Es un camino de vida que puede ayudarnos a entender y reparar el único cuerpo que tenemos.
Pero si no comenzamos hoy, nunca lo lograremos.
En futuros posts hablaré más al respecto y pronto tendremos un taller para todos.
por Kyonin | Nov 13, 2017 | Budismo, Vida, Zazen, Zen

Los seres humanos somos especialistas en poner el peso del mundo sobre nuestros hombros. Nos preocupamos por tantas cosas que si lo vemos de forma objetiva, resulta absurdo.
Una de las presiones más grandes que tenemos es la de lograr más, tener más y obtener más. La cultura humana en general, que va desde los amigos del patio de juegos de la escuela, hasta los directivos de las empresas; nos presiona por buscar… lo que sea.
De hecho somos especialistas en búsquedas, al grado de que pasamos más tiempo buscando que disfrutando lo que hay y lo que es. Esto nos hace sentir eternamente incompletos e insatisfechos, por lo que volvemos la gran misión de nuestra vida es la búsqueda perpetua.
Buscar por buscar, sin paz o descanso alguno.
Esto lo he pensado porque muchas personas llegan a mi con el argumento de que en la meditación está la tranquilidad que han estado buscando. Y es curioso cómo todos ellos se sorprende con mi respuesta:
La práctica de zazen es la suspensión de todas las búsquedas.
Al permanecer en silencio contemplando el flujo de los pensamientos, todas las búsquedas se detienen. Practicamos zazen solo por practicar, sin motivo, sin buscar y sin asumir que la paz llegará.
No nos sentamos en zazen para cumplir horarios ni objetivos. No queremos agregar números a la estadística por más que Insight Timer nos presione a obtener logros.
El que busca no encuentra y esto es una verdad que observo una y otra vez. ¿Cuántas veces logras lo que buscas solo para darte cuenta que has generado más problemas que soluciones? Hay personas que desesperadamente buscan pareja y cuando la encuentran son más infelices que cuando estaban solas.
Al buscar por buscar lo único que encuentras es la infelicidad.
Cuando nos planteamos objetivos y caminamos un día a la vez, dejamos que la vida sea vida y que la impermanencia fluya. Es nuestro lugar fluir con la vida y disfrutar cada paso del proceso.
El Buda pasó muchos años buscando la raíz de la espiritualidad y fue hasta que se sentó en silencio, que la Iluminación llegó.
El que busca no encuentra.
El que se sienta en zazen lo tiene todo y está completo.