En occidente los valores cristianos están grabados hasta la médula en el imaginario colectivo. Tenemos muy claros los conceptos de virtud y pecado gracias a los Diez Mandamientos. Sabemos que la virtud nos premia con el cielo y que el pecado nos manda a freír lento en nuestra propia manteca, en las calderas del infierno. Y aunque parecen mensajes contundentes, en realidad estas ideas morales simplemente no funcionan. Si no me crees, sólo lee las noticias del día.

La benevolencia y la maldad no obedecen a cuestiones religiosas. Son más bien el potencial que todos los seres humanos tenemos grabado en nuestro ADN. Muy dentro sabemos que actuar con virtud brinda una buena vida a nosotros y a nuestra manada. Por eso es que la bondad es natural para el universo.

Miles de años antes de que la ciencia para entender el altruismo y la compasión existiera, el Buda comprendió que la no-virtud es muy peligrosa y que no depende de religiones ni filosofías. Lo que en verdad mueve nuestra moral, independiente de cultura o tiempo, es la Ley de Causa y Efecto o Karma-Vipaka.

Es decir, cualquier acto de la mente, habla y acciones que cause daño a uno mismo o a otros seres vivos, es no-virtud o negativo. No hay un ser imaginario que te castigue por tus actos, sino que tú recibes lo que das. Así de simple.

Somos la consecuencia de incontables actos de millones de seres en el pasado. Y al día de hoy estás viviendo las consecuencias de todas tus acciones.

Entonces, si queremos comprender el concepto de “mal”, hay que imaginar meter la mano al fuego. La consecuencia es inmediata; te quemas.

Si olvidas la Ley de Causa y Efecto y actúas con dolo y avaricia; también te quemarás. No en los fuegos del infierno, pero sí en el mar de consecuencias de tus actos.
En los párrafos 131 y 132 del Dhammapada, el Buda nos enseña:

131. Quienquiera que buscando su propia felicidad daña a los que igual que él la buscan, no la obtendrá.

132. Quienquiera que busca su propia felicidad y no daña a los que igual que él la buscan, la hallará.

En la era de la recompensa inmediata y de la cultura del ego, a nadie nos gusta que nos hablen de auto-control y moderación. ¡Queremos más! ¡Mejor, más rápido, más grande, con más basura extra! La búsqueda compulsiva por apaciguar la vanidad y la avaricia nos vuelve personas peligrosas porque no contemplamos que todo lo que hacemos afecta a la vida. De nuevo, si no me crees, mira el desastre ecológico que nos hemos creado.

Las enseñanzas de Shakyamuni son el primer paso para abandonar el mal. Cuando estudiamos el dharma entendemos que Budismo ES auto-control y moderación. Nos entrenamos para que con nuestros actos todos los seres vivos que nos rodean encuentren el final de su sufrimiento.

Nuestra mente se vuelve un remanso de paz cuando comenzamos a vivir con disciplina y humildad.

Comenzando a trabajar desde el interior del ser, el Buda nos impulsa a mejorar al universo.

 

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